jueves, abril 19, 2007

Un buen año

Estabas reclinada en un sillón y veías un punto fijo entre el techo y el piso; no era la mitad, un poco más arriba.
Entré al cuarto donde te encontrabas y empecé a adivinar lo que pasaba por tu mente; intentaba detenerme, pero ya era demasiado tarde. Buscaba en registros akáshicos individuales momentos decisivos de este año.
Recordé esa vez en que recorrimos el mlecón pensando en planes improbables. Lo comparé con tus pensamientos y me dí cuenta que no correspondían.
Luego llegó a mi mente aquella ocasión en que veniste a mi casa con el disco de ese cantante italiano. Pusiste esa canción, Temple Bar. Te sentías la reina de la seducción. Cotejé esta nueva imagen con tus ojos y no encontré respuesta positiva.
Por última vez intenté la sincronización de nustras mentes y encontré aquella ocasión donde eras oradora en una ceremonia. Las ganas de verte se convirtieron en ese rincón escondido donde nos besamos para que yo pudiera desearte suerte, para hacerte ver que estaba ahí por tí. Al ver tu rostro perdido en la nada, descubrí que nuevamente fallé.
Me estaba dando por vencido hasta que volteaste a verme. Tu rostro era completamente inexpresivo, frío como la pared que hace minutos mirabas. Me empezaba a alegrar de que saliste de tu estupor hasta que escuché estas pocas palabras que decían mucho, quizá todo:
«Después de todo este año; nunca fuiste él».

Etiquetas: