Brindis
En las horas finales de este camino, veo hacia atrás. No soy hombre que vive en el pasado, simplemente poseo los títulos de propiedad de mis recuerdos.
Mentira que las imágenes poéticas sean flashazos. Son intuiciones táctiles que nacen en tu cerebro, bajan por tu espina dorsal y se incrustan en tus dedos.
De mis posesiones anteriores y flujos dorsales lleno mi copa. Con ella brindo por los que tuvieron lugar, por los que estan conmigo, por los que vendran.
Porque de todos he tomado y todos me han robado.
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Perdón, María
María:
Cuéntame si crees que sirvió el sacrificio de ver crecer a quien habría de morir por un pueblo entero. Dos mil años de servicio al altísimo son pocos comparados con los treinta y tres de amor prístino y a los nueve meses de simbiosis.
A cambio de eso, hoy te vestimos con miles de túnicas y colores, te hablamos en millares de idiomas, bosques han sido talados para rendirte pleitesía.
Madre, hoy te pido perdon por limitar tu energía purísima; por pretender que no hay más allá que madre en el panorama de una mujer.
María:
Magdala te hundió en el fango; un hombre te hizo ver que tu eras mucho más que eso. Pagaste el precio, mujer, de seguir tu camino y renunciar a la imagen pura desde la semilla.
Hoy el velo del misterio te cubre. No sabemos si adorar tu arrepentimiento, pensar que simplemente cambiaste de cliente o si eres madre de naciones.
Loto del pantano: perdóname por limitar tu energía ; por pensar que no existe la madre en el cuerpo de la sierva.
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Adiós a Piscis
Adiós Era la edad de la religión ciega, de la necesidad de creer en algo; de los grandes reivindicadores (Jesús, Mahoma, Buda); de la fé como autoridad.
El mundo nos pedía que lo llevaramos de la mano por el camino histórico. Todos los aciertos y los errores mantenían viva la esperanza de poder unirnos al Señor algún día (no importando a que Señor nos refiramos). Vivíamos y moríamos por creencias.
Piscis Era el momento del
religare ciego, de la necesidad de creer en algo; fuiste el gran reivindicador (mi Jesús, mi Mahoma, mi Buda), la fe que te tenía era autoridad.
Pedía que me llevaras de la mano por el camino. Todos los aciertos y los errores mantenían viva la esperanza de poder unirnos. Vivía y moría por mis creencias.
Es hora de que digamos adios a Piscis.
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