domingo, diciembre 30, 2007

El loco




Arturo se dispuso a recitar sus propósitos de año nuevo en una reunión que realizó la tarde del veintisiete de diciembre de algún año, no recuerdo cuál.



—¿Como qué quieres hacer?—le preguntó uno de los amigos con los que comía.



—Tantas cosas: necesito dinero, así que quizá cambie de trabajo. Quiero encontrar por fin lo que haré el resto de mi vida.



El compañero de Arturo miró hacia arriba con cara de hartazgo.



—Todos los años es lo mismo. Cada treinta y uno de diciembre te propones hacer algo con tu vida, pones esa canción, ¿cómo se llama?



—New Age, de Velvet Underground, pero no sólo es eso, canto la versión más reciente, porque seguramente es esa la versión que Lou Reed quizo que fuera cantada...



—Ese no es el punto. Cada año esperas hacer algo nuevo, pero te quedas estático, anclado en este departamento.



Arturo hizo oídos sordos, nadie iba a acabar con su humor de año nuevo. Con el entusiasmo con el que comenzó la plática le respondió a su amigo: —Todo va a cambiar, soy otro hombre.



El resto de la noche, Arturo fue el alma de la fiesta. Sus amigos reían mientras el bromeaba sobre el ridículo peinado de su jefe, de lo estúpido que se había vuelto el director general.



Ya entrada la noche, todos se fueron a sus casas; como de costumbre nadie ayudó a recoger el desorden. Al continuar con su tarea, Arturo escuchó el sonido de una sierra eléctrica detrás de él.



—El tequila, seguro es el tequila.



El sonido se volvía cada vez más fuerte a medida que pasaba el tiempo, Arturo no pudo soportar el miedo y volteó. No creía lo que veía, su rostro se puso blanco como papel bond, y es que quién no lo haría si encontraras a un tipo corpulento, barbudo y alto amenazándote con su sierra eléctrica.



—¡Otra vez tu aquí!!Pensé que te había dicho que esto no es el bosque!



El hombre grande con la sierra no habló, se limitó a cortar el sillón, después siguió con la mesa de centro, el televisor y los demás muebles.



Todo se volvió añicos y Arturo quedaba sin habla. Pero un pensamiento llegó a él: la pistola. Rápidamente entró a su cuarto y la tomó del cajón de la mesa al lado de la cama. Regresó a la sala donde su atacante había acabado con casi todo.



—¡Baja esa cosa o no respondo!—gritó Arturo, mientras sudaba frío.



El leñador siguió haciendo su trabajo, dirigiéndose al comedor. Arturo levantó el arma y apuntó al gran hombre. Un disparo salió de la pistola y le dio al tipo de la sierra en el pecho, no le causó ningún daño. Vació la pistola con tiros hacia la cara, las piernas; nada. El hombre seguía destruyendo las cosas.



Arturo se disponía a tomar un jarrón para aventarlo al gigante, pero no pudo terminar porque la puerta se abrió terriblemente. Ahí, dos de los vecinos de Arturo y un par de policías veían la escena.



—¡Deténgase, baje ese jarrón y venga con nosotros!—dijo uno de los policías.



—¡Por qué no detienen al tipo que quiere acabar con mi casa!—gritó Arturo.



—¿Está loco?—habló con el mismo volumen la vecina—aquí sólo están usted y su alboroto.



—¡Vienen de parte de él, verdad! ¡Yo sabía que hay más gente quiere destruir lo que tengo, pero no podrán!—y dicho lo anterior, Arturo lanzó el jarrón al vecino.



Los policías no esperaron y lo sujetaron, no sin que éste dejara de oponer resistencia.



—Este tipo está loco—no paraba de decir la vecina.



Los ojos de Arturo se posaron en el policía que lo sostenían y en una jeringa que tomaron. Pasaron tres, cuatro, cinco minutos.



Todo lo que Arturo tenía en la cabeza era: It's the beginning of a new age... luego, la oscuridad.

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